jueves, 4 de diciembre de 2014

CARTA DE UNA HIJA

Hace pocas semanas tratamos en "Salud mental en directo" la relación entre familiares y personas con una enfermedad mental. Debido al poco tiempo del que disponemos en el programa y de todos los temas que debemos hablar, el familiar allí presente no pudo intervenir, por lo que solo conocimos el punto de vista de la persona con la enfermedad mental.
Tras quince días, hoy, nos ha llegado al email la carta de una familiar que quiere responder a esta persona.
Emotivas, realistas y sinceras, cuanto menos, sus palabras.

CARTA DE UNA HIJA 

"Mi padre tiene trastorno bipolar. Tengo 34 años y sólo hace unos 20 que sabemos que está enfermo. Digo sólo 20, aunque pueda parecer mucho, porque los años anteriores al diagnóstico, pasaron tan despacio y fueron tan terribles para mi padre que, ahora cuando lo pienso, parece que transcurrió toda una vida. Nadie sabía qué le pasaba, por qué actuaba así, por qué no hacía caso a nadie, por qué al final se hacía tanto daño. Mi madre habló con psiquiatras, psicólogos, dieron terapia, pero nadie logró dar con la clave hasta años después. Nadie en mi familia pasó por ese periodo de negación del que hablaba hace unos días el presidente de Asemfa. Nadie. Muy al contrario, cuando por fin descubrieron que mi padre tenía una enfermedad mental, que podía medicarse y llevar una vida "casi" normal, todos respiramos con alivio, porque por fin empezaba a tener sentido aquella vida en la que toda la familia había viajado con mi padre en su montaña rusa.   

Nunca le hemos juzgado. Nunca desde que encontramos explicación a tanto dolor personal y familiar. Creo, sin embargo, y muy al contrario de lo que opinaba el presidente de Asemfa, que los enfermos, cuando están ya estables y tienen más normalizada su vida, se vuelven algo egoístas y traducen esa preocupación ante una recaída -ese miedo a volver a la montaña rusa- como "una sobreprotección que les agobia". A mi me gustaría que mi padre dejara de enfadarse cuando tratamos de cuidar su alimentación (para que no enferme más), que no se molestara si revisamos sus pastillas (para no tener que volver al hospital), que comprendiera nuestros temores y, claro que sí, nuestras limitaciones a la hora de entender sus complejidades: eso que a veces sucede en su cabeza y nadie, más que él, es capaz de sentir. 

No puedo imaginar lo difícil que tiene que ser controlar una cabeza que viaja sola, que te lleva a la tristeza extrema, que te lleva al límite de tus propias emociones. Muy pocas veces mi padre ha sido capaz de verbalizarlo. Como tampoco creo que sea del todo consciente de la preocupación, a veces también extrema, que hemos sentido por él. De la impotencia de no poder ayudarle, de estar a su lado y de que, sin embargo, se sintiera tan solo. Imagino que es mejor así, imagino que es mejor que no se sienta culpable por nada, porque no lo es. Como tampoco lo somos nosotros. Como es imposible, ilógico y un sin sentido que se juzgue a un enfermo por las consecuencias que trae consigo la enfermedad, igual de irracional (a mi entender) es juzgar, señalar con el dedo a un familiar, porque alguna vez pareció no aceptar la situación, porque dio la impresión de no darle todo el apoyo o dejó que la impotencia pareciera incomprensión. Es completísimo acertar, estar, dar la talla todos los días. Pero, bueno, es algo consustancial a la propia vida ¿no? Los días buenos, malos, los baches, las alegrías... y aprender a convivir. Ahí está el gran reto para ambos (familiares y enfermos): convivir con la enfermedad. "