Actualmente
la violencia de género es un tema de rigurosa actualidad, son muchas las
asociaciones que se movilizan y las campañas que se llevan a cabo para luchar
contra la violencia física ejercida contra la mujer. Pero, ¿es la violencia
física la única que se ejerce diariamente en cientos de hogares cada día?
Es incuestionable la importancia de luchar contra el maltrato físico, pero ¿Qué ocurre con el maltrato psicológico? ¿Por qué da la sensación de que está en un segundo plano en cuanto a la atención que se le presta? Posiblemente la cuestión no sea la importancia, sino su carácter “invisible”. Frente a la violencia física en la pareja, fácilmente reconocible, el maltrato psicológico se presenta de una forma terriblemente sutil y a veces difícilmente perceptible tanto por la persona que lo sufre como por el entorno.
Frente a la
violencia física, comúnmente llamada violencia de género, o violencia machista,
que se ejerce por parte del hombre hacia la mujer; este tipo de violencia no
física no entiende de géneros. Actualmente nos encontramos en una época de
transición respecto a los roles que ocupa cada género, en la que los
movimientos en favor de la igualdad y la conciencia de la misma están calando
cada vez más en la sociedad. Esto ha hecho que se rompa con el mito y la idea de
que el hombre posee y mantiene a la mujer, que se queda a cargo de la casa
mientras él trabaja en la calle. Quizás este cambio de conciencia haya influido
en que los casos de violencia psicológica estén más igualados respecto al género,
de lo que lo están los casos de violencia física, en los que predomina la
figura del agresor masculino y la victima femenina.
Al igual que
existen diferencias entre la violencia física y psicológica, también se dan
numerosas similitudes. De hecho, la estrategia que sigue el maltratador psicológico
para ejercer la violencia, es la misma que sigue el maltratador físico. Ambos
tratan, por un lado, de disminuir todo lo posible la autoestima de la víctima
mediante insultos, infravalorando a la persona, su físico, sus gustos u
opiniones, incluso ante otras personas. De esta forma, la baja autoestima de la
víctima, garantizará al agresor poder continuar las agresiones, pues cuando la
autoestima es baja, el sentimiento de dependencia aumenta considerablemente.
Así se hace muy fácil para el agresor jugar con el sentimiento de culpa de la
víctima y el miedo a la posible soledad si se separa de él.
Además, para
afianzar esa dependencia de la víctima hacia el agresor, es común que éste se
valga de diversas estrategias para acabar aislando a la víctima de las personas
de su entorno. Se trata de situaciones tan sutiles y comunes como el decir a la
pareja que no le gustan sus amigos e impedirle salir con ellos, intentar que no
vea a su familia, etc. En definitiva, que la víctima se encuentre aislada de
cualquier persona que no sea el agresor. Además, también tratará de controlar a
dónde va la víctima, los mensajes que manda y recibe y la ropa que se pone.
De esta forma, con el aislamiento del entorno, más la baja autoestima de la víctima, ésta queda totalmente absorbida por el agresor, lo cual supone una seguridad de que permanecerá a su lado, soportando sus malos tratos.
De esta forma, con el aislamiento del entorno, más la baja autoestima de la víctima, ésta queda totalmente absorbida por el agresor, lo cual supone una seguridad de que permanecerá a su lado, soportando sus malos tratos.
Todo esto no
es algo que se haga repentinamente, ni siquiera de una forma fácilmente
perceptible por la víctima. Es precisamente esa sutileza y esas acciones
disfrazadas de normalidad las que hacen que el maltrato psicológico sea algo
bastante común, especialmente en las parejas jóvenes.
La violencia
psicológica, al igual que la física, se da de forma secuencial o cíclica. Esta secuencia suele constar de tres fases,
que son:
·
Acumulación
de tensión: En
esta fase comienza la hostilidad y la tensión dentro de la pareja. El agresor
psicológico se muestra irascible, parece que “salta” por cualquier cosa, todo
le molesta. La víctima intentará evitar conflictos, calmar al agresor cuando
éstos se den, y resolver las situaciones. Esto ocurrirá bien por la falsa
creencia de que la mayoría de los conflictos se generan por su propia culpa, o
bien por una actitud complaciente hacia el agresor, a causa del miedo y la
aversión ante la explosión de los conflictos.
·
Explosión:
En
esta fase, la
tensión que se ha ido acumulando en la fase anterior desemboca en actos
violentos y agresiones verbales: insultos, amenazas, golpes a puertas, paredes,
objetos. En esta fase el agresor muestra sentimientos de ira, mientras que la
víctima siente culpabilidad, miedo y ansiedad.
Pueden darse rupturas en la pareja, que durarán sólo unos días o semanas.
Pueden darse rupturas en la pareja, que durarán sólo unos días o semanas.
·
Arrepentimiento
o “Luna de miel”: Tras
la fase de explosión, tanto si ha habido ruptura como si no la ha habido, el
agresor tomará una actitud de arrepentimiento, mostrándose cariñoso,
complaciente, amable y detallista. Su objetivo será hacer creer a la víctima
que los episodios anteriores han sido peleas sin importancia, buscando
justificaciones y prometiendo, falsamente, que no se volverán a repetir. El
objetivo es asegurarse el perdón de la víctima y que ésta no decida romper la
relación. Por su parte, la víctima cree una y otra vez estas promesas, las
cuales se cumplen durante un tiempo más o menos corto, para volver de nuevo a
la fase inicial de acumulación de tensión.
La ambivalencia de
la actitud de la agresor, unida al carácter alternante de sus conductas, además
de producir miedo, culpabilidad y baja autoestima, también genera en la víctima
un sentimiento de indefensión. Como los actos de violencia psicológica no
dependen del comportamiento de la víctima, ésta no sabe en qué momento van a
surgir. Ésta imposibilidad de anticipar los conflictos provoca síntomas de
ansiedad y depresión.
En
definitiva, frente al maltrato físico, la violencia psicológica no conlleva el
peligro del daño físico o la muerte directa a manos de la pareja. Pero a su
vez, al no ser estos daños tan palpables e inminentes, hacen que aumente la
dificultad de la víctima para tomar conciencia de que está siendo maltratada.
Por: Ana Ponce Rodríguez.
Por: Ana Ponce Rodríguez.
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